"Es cosa notable esta revolución que fue comenzada por las masas, sin otros jefes que aquellos que el azar les proporciona, y que terminó por sí misma sin que se vertiese una gota de sangre."

(Theodor Mommsen.-Historia de Roma)

martes, 25 de marzo de 2008

La cultura sujeta al mercado. El cierre de Anaquel.

Hoy los cordobeses nos hemos levantado con una mala noticia. Muchos, con razón, relativizarán lo negativo de ésta. No es que haya habido una catástrofe como las que suelen aparecer en nuestros telediarios. Es algo más doméstico, pero deja translucir inquietudes latentes en parte de la población, aquellos que aprendimos a leer, y a comprender lo que se lee, en la EGeBé de nuestros colegios.
Ha cerrado, parece ser que definitivamente, la librería Anaquel. Un espacio lleno de libros, vehículos teletransportadores necesitados de imaginación, manos y ojos para su funcionamiento (en algunos modelos los ojos son prescindibles).
Pero no quiero hacer aquí un canto a la ñoñez nostálgica. No olvidemos que una librería no es otra cosa que un negocio, un establecimiento que permite vivir, mas o menos, a varias personas de su trabajo.
Es una triste noticia que desaparezca un establecimiento dedicado a la cultura, por cuanto implica una merma en el acceso a ella. No obstante, de las declaraciones de sus impulsores a los diarios locales parece desprenderse que las razones del cierre no han sido las económicas sino logísticas y, sobre todo, la no renovación del alquiler del local que le servía de sustento. A priori, no parecen ser escollos insalvables para una vocación cultural como la que esgrimen los gestores de este establecimiento.
Si algo se podía destacar del desaparecido Anaquel era la libertad de ojear el papel que se respiraba en el local, también la eficiencia informática a la hora de hacer consultas y lo extenso de su stock.
Sin embargo, lo que hace cultura en tales negocios no es sólo tener muchos libros, es la profesionalidad de sus trabajadores, el conocimiento de los textos y de las personas a quienes van dirigidos, el trato cercano hacia esos "clientes" con los que se establece una relación de complicidad, el reconocimiento de las inquietudes y preferencias de cada uno, el cálido saludo acompañado de las cribadas novedades de tu interés, la profesión del librero. ¡Qué lejos de los estantes de betsellers del "pryca"!
Pero no nos engañemos, aún quedan sitios en los que podemos disfrutar de esta profesionalidad traducida en el trato. Sitios que llevan trabajando de este modo desde hace décadas y que, sin el boom librero de Anaquel, sino trabajando como hormiguitas, se mantienen con buena salud. Este es el caso de la librería Univérsitas, un negocio familiar donde siempre es un placer entrar y hablar con el hombre que se sitúa detrás del mostrador y de su entrañable mostacho. No me olvido de Mariano ni de su Librería Andaluza ni, por supuesto, de su colección de textos clásicos, un oasis de cultura. Me han de permitir que prefiera estos pequeños anaqueles a las grandes estanterías, mis libreros a las cajeras guarecidas tras lectoras de códigos de barras.
Siempre es triste que desaparezcan librerías, pero más triste será que desaparezcan los libreros.

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